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Aprendiendo a nadar

Como prometí comenzaré a contaros mi historia.
Lo hago por varios motivos aunque el principal sea intentar ayudar a la gente que me lee, con mis experiencias tanto buenas como malas.
Es una manera de recalcar una de las cosas más importantes en la vida para mi, LA FELICIDAD.

 

Empezaré desde el principio, ya que no solo es importante mi lesión física sino todo el transcurso hasta llegar a ésta. Me inicié en la natación sincronizada a los 5 años en Sevilla, mi ciudad natal. Con ésta edad todo era diversión con lo cual me enganché rapidísimo la maravillosa sensación de estar en el agua, de sentirte cómoda en ella y de amar este deporte tan desconocido para muchos. 

Fuimos creciendo, tanto yo como mi pasión por el deporte. Como saben los deportistas profesionales y amateurs, el deporte es una droga y las sensaciones que se tiene en la “corta vida deportiva” es algo único, algo que tan solo podemos disfrutar quienes practicamos deporte.

Pasaron 11 años de éxitos deportivos con el equipo nacional por categorías cuando llegó un punto de inflexión para mi, me habían ofrecido trasladarme a Barcelona con el equipo nacional Absoluto y esto conllevaría dejar a mi familia, amigos, estudios y  toda mi vida ahí, a orillas del Guadalquivir. Dicen que los deportistas estamos hechos de otra pasta, no se si más dura o no pero en mi caso lo último que pensé fue en todo lo que me “dejaba”, solo veía una oportunidad, una meta y una ilusión, gran ilusión. Recuerdo que fue una prueba de una semana y si ahí les gustaba sería oficial el traslado, era mi oportunidad e iba a dejarme la piel en cada segundo de esos 7 días. Una semana bajo las indicaciones de la seleccionadora y su compañera. Recuerdo que durante ese tiempo entrené más fuerte que nunca, quería esa plaza y la iba a conseguir, estaba segura. Al último día me reuní con la entrenadora para escuchar su valoración y me comentó que disponía de un par de días para hacer la maleta y venirme si quería trabajar con ella en el equipo olímpico. Con el lagrimal lleno de emoción  y en estado de shock acepté rápidamente y emprendí mi aventura a tierras catalanas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Nuevo mundo

Primer contacto con el alto rendimiento profesional

Llegó el momento de despedirme de mi vida y comenzar una nueva. Miento si digo que me despedí porque jamás lo hice, simplemente subí un escalón, un gran paso por el que estuve trabajando en casa. 

Fue un regalo de cumpleaños, ya que el día 27 de Marzo de 2011 fue cuando empecé esta aventura.

Entré por las puertas del centro y desde ese día el CAR se convirtió en mi hogar. Recuerdo que esa noche dormí despierta, emocionada por lo que me esperaba al día siguiente. 

Realmente no podía creerlo, ya que  la vida deportiva para mí había sido como escalar una montaña sin arneses en vertical, no tenía cualidades para ejercer este deporte y mi anatomía tampoco era la adecuada. Lo único que me había llevado a ese momento fue el trabajo. "Constancia, esfuerzo y sacrificio para ser la primera, para ser la mejor". Ya obtuve títulos con la categoría Júnior años atrás, medallista europea y mundial, pero he de decir que nunca estuve completamente feliz por ello, no era la forma en la que yo quise ganar esas medallas, pero así fue y que tengo que sentirme orgullosa. 

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07:00 am, sonó la alarma, me vestí, desayuné y me dirigí a la piscina. Allí estaban todas las mayores a las que yo tenía tanto respeto y que veía como guerreras amazonas. Empezamos los entrenos bajo las indicaciones de las entrenadoras y así fue el primer día. Recuerdo que acabamos la primera sesión a las 14:30pm, y volvíamos a empezar a las 16:00, siempre llegando 30' antes para calentar y repasar. Disciplina, auténtica disciplina era eso. 

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Después de un mes de 12 horas diarias de entrenos, comprendí que la sincro dejó de ser un hobbie para mi, y pasó a convertirse en mi trabajo. Tengo que decir que nunca fue remunerado, pero en esos años a mi no me importaba, solo tenía un sueño, el mismo que tengo ahora, ser ORO en unos Juegos Olímpicos y por ello cada día me dejaba el alma en el agua. No veía a mi familia, los estudios me los cambié a una plataforma online para poder tener 100% de horas para la sincro, y realmente no tenía vida social pero no me pesaba, era feliz y nada más me importaba. 

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Estaba obsesionada con mi deporte, a todas horas estaba vinculada a él, bien por vídeos, imágenes, músicas... no me importaba, quería ser la mejor de todas.  Durante el primer mes recibía felicitaciones por parte de las entrenadoras, no era la mejor pero mi progresión poco a poco se iba notando. Llegó Mayo cuando de golpe la sincro me dió la espalda. No podía interpretar la forma en la que las entrenadoras me trataban, no me corregían, no me indicaban ejercicios, ni siquiera me miraban para saludarme. Durísimo, no podía comprender que estaba pasando, todo iba tan bien que no podía explicarme en qué fallé.  En ese momento no podía explicar el qué, pero ahora con el paso de los años os lo voy a contar. En esa época quizás el equipo no era el mejor técnicamente pero si tenía a las personas mas fuertes de mente, y esa era mi prueba. Ellas me ignoraron para ver mi soporte mental, y la verdad que casi ganaron en un principio. Estaba enfadada y triste, me quería ir a casa, no quería perder el tiempo ahí, pero un día razoné en el borde de la piscina. Me quedan 3 meses para acabar temporada y no me importa que me sigan ignorando, yo disfruto igual de cada ejercicio y quiero ser la mejor. Pasó ese maldito mes, y aunque no me miraran a primera vista yo trabajé para darme a notar, para que sus ojos inevitablemente se fundieran en mi ejercicio. Y así fue, un día la responsable me dijo de aprenderme unas coreografías y practicarlo dentro del equipo. NO PODIA CONTROLAR MI EUFORIA, ahora ya había subido un escalón, eran posible seguir subiendo. Un mes más, aprendiendo a formar parte de un equipo, un gran equipo. Gracias a las compañeras desde aquí, fue un placer aprender de ellas y compartir esos meses. Crecí como deportista y como compañera. En esa época odié a las técnicas, ahora les doy las gracias porque no sólo me ha servido para el deporte, gracias a esa prueba tan dura personalmente he crecido y he madurado tanto que si volviera a vivir lo mismo pediría que pasara exactamente lo que pasó.

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Día 1 de Julio, la entrenadora al acabar el entreno me saca del agua y me empieza a hablar. Cómo había estado ese año, qué había aprendido y que tenía que comentarle de todo ese transcurso en el alto rendimiento.  A pesar de ese mes, yo estaba entusiasmada, había sido unos grandes meses y no tenía nada negativo para decirle. 

Acabé mi explicación y recuerdo exactamente sus palabras, "Felicidades, has trabajado bien, has estado a la altura y estas convocada para el Campeonato del Mundo en Shanghai".  Me quede en shock, le di las gracias pero tampoco era consciente. Llegué a la habitación y ahí ya si, lloré, grité, llamé a mis familiares y a mis entrenadores del Club. Ellos ya lo sabían, y estaban también emocionados. 

Tuve un día para prepararlo todo, y el día 3 de Junio tomamos rumbo a China. 

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Campeonato del Mundo Absoluto, Shanghái, China

Primera parte

Me encontraba en la puerta del Aeropuerto, y conmigo llevaba mi maleta de viaje y una mochila con las cosas importantes de competición, el bañador y las pinzas. Siempre que viajábamos, estas cosas no podíamos quitárnoslas de encima en todo el trayecto, teníamos que llegar a la competición con la seguridad de que todo estaba bajo control. Aparte de esto, llevaba dos maletas de viaje con un equipo de música dentro, dos cámaras de video y un altavoz para poder repasar la coreografía fuera del agua, (lo que nosotras llamamos “en seco”). Creo que, con todos estos bultos ya podéis imaginaros como andaba en ese momento, no tenía manos ni cuello donde colgarme las cosas, pero me tocaba.

Dejamos las maletas y nos dirigíamos hacia la puerta de embarque, yo estaba muy nerviosa, pero no eran unos nervios que ya había experimentado, eran diferentes.

Siempre he sido muy cortada, me ha costado mucho relacionarme con las personas y en ese momento no conversaba mucho con mis compañeras, ellas me generaban mucho respeto y me daba demasiada vergüenza.

Subimos al avión Rumbo a Shanghái, nos quedaban más de 8h de vuelo y cada una se acomodó a su manera. Estábamos en la parte trasera del avión y sólo se veían piernas por encima de los asientos, así era nuestra forma de estar cómodas. Cómico, ¿verdad?

 

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Aterrizamos, bajamos del avión y recogimos las maletas. Al salir nos recibieron los chinos, súper bien, muy educados y muy atentos. Nos montamos en el autobús de camino al hotel. Cuando llegamos y nos bajamos recuerdo perfectamente ese olor que tenía la ciudad. Estaba tan contaminada que su olor era fuerte, había mucha humedad y en las dos semanas que estuvimos allí no llegué a ver el sol con claridad. Una manta de contaminación lo arropaba impidiendo disfrutar de sus rayos.

Para entrar al hotel había un control de seguridad, como en los aviones, con escáner incluido. Máxima seguridad, aquello generaba tranquilidad por mi parte. Hicimos Check-in y subimos a la habitación. Planta 16, casi se conseguía ver la ciudad entera desde sus ventanas, digo casi porque la manta de contaminación siempre recubría todo su campo.

Llegamos al hotel a las 14:00 aproximadamente, después de un largo viaje y el Jet lack nos dieron permiso para dormir unas horitas. La cama era grande y muy cómoda, así que nos encerramos en un profundo sueño durante 3/4h.

 

Nos levantamos y teníamos que ir a entrenar, bajamos al Hall del hotel y allí nos rencontrábamos todas. Para mi sorpresa, mientras esperábamos al bus, la entrenadora nos dijo que quien no hiera una remontada no estaría en el equipo, (remontada me refiero a bajar a puente arqueado y pasar las piernas hacia detrás para volver a incorporarnos verticalmente). Si os digo la verdad, nunca me salió eso, lo entrené un millón de veces en Sevilla y en el CAR pero jamás me salió, hasta ese día, claro. Parece que estoy exagerando, pero el ser humano es extraordinario y cuando se trata de supervivencia el cuerpo saca todo lo mejor que tiene dentro de él, y así me ocurrió a mí. Nos montamos en el bus y fuimos para la piscina.

Llegamos, nos pusimos el bañador, cogimos todas las cosas necesarias para el entreno y entramos para la piscina. Enorme, pero muy vacía, únicamente en el agua se encontraba un equipo entrenando, y eran espectaculares. Movimientos perfectos, coordinación perfecta y mucha dificultad, ahí estaban las rusas.

 

Nos disponíamos a pasar en seco (otra compañera y yo éramos reservas del equipo libre), en ese momento, una de las integrantes del equipo titular se desmayó, y sin más dilación la entrenadora le dijo a mi compañera que era suplente que entrara por ella, no se podía perder el tiempo. Y así fue como esa niña ganó su titularidad en el equipo libre, mientras que la otra quedó de reserva para toda la competición. Esta entrenadora me ha enseñado como superar tus dolencias, o casi por decirlo de alguna manera a seguir luchando, aunque estés muerta, si perdías un minuto perdías el puesto en el equipo.

 

Entramos al agua, o mejor dicho al hielo. Maldita sea, esa agua era la más fría que había probado en mi vida. Tanto, como para que el cuerpo se paralizara, era realmente duro aguantar las horas ahí.

Ese entreno no fue muy largo, pero si muy intenso. Entero, entero, mitades, largos, enteros y más enteros. La realidad es que, gracias a ese entreno, el cuerpo sufría un poco menos de parálisis. 

Marchamos al hotel, y cuando llegamos fuimos directas a cenar, la comida estaba riquísima pero para mí llevaban demasiadas especias y alguna picaba más de lo normal, así que estuve dos semanas alimentándome de tallarines con mantequilla.

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Cuando acabamos la cena, la entrenadora vino hacia mí y me dijo:

Hay una piscina en el hotel, en la segunda planta, nos vemos ahí ahora.

Todas mis compañeras se fueron a descansar y a mí me tocaba ir al agua de nuevo, en una piscina que medía 1,5m de profundidad, fue bastante complicado el entreno teniendo en cuenta que mi altura es de 1,76cm, pero era lo que tocaba.

Cuando cerró la piscina, fui a la habitación y sólo quería dormir. Durante todo el tiempo en China, yo iba a la piscina del hotel antes de desayunar, después de comer y después de cenar, que era cuando las chicas descansaban.

 

Durante la primera semana de aclimatación así estuvimos cada día, yendo a entrenar a esa piscina de hielo mañana y tarde, hasta que llegó el momento de ir a la piscina de competición.

Segunda parte

El autobús paró para recoger deportistas de otros países, y después de 3 paradas llegamos a la piscina oficial. Bajé del automóvil y con mi acreditación entré al recinto de competición.  Antes que nada, fuimos a ver la piscina, a dar una vuelta a las instalaciones y así ubicarnos.

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Cuando subí aquellas escaleras forradas con tela azul y llegué a la piscina aluciné, os prometo que me sentía como una hormiga frente a aquella grada que rodeaba todo el charco azul, pensé:

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“¡Qué diablos!, normalmente solo nado para mis padres y los de mis compañeras”

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No imaginaba que todo aquello se llenara, pero igual me hizo ilusión imaginármelo. Realmente no era tontería, estaba en un Campeonato del Mundo, aquello ya no era una exhibición para padres, era algo importante.

Después de aquel majestuoso paseo por la orilla de la piscina nos tocaba trabajar. Bañador, gorro, gafas, pinzas, altavoz para repasar en seco antes de tirarnos, y dos palos de metal que usamos para marcar el ritmo de la música bajo el agua.

Os explico, la sincro funciona así:

La música que se oye en el exterior, suena exactamente igual bajo el agua, ya que hay altavoces dentro. De este modo podemos sincronizarnos mucho más fácil. ¿Qué pasa cuando tenemos que entrenar sin música?

En ese caso, la suplente, (que en ese momento era yo), tiene dos palos de metal con ella dentro del agua, de esta manera puede marcar el ritmo y que las niñas cuenten los números para la sincronización.

Continuando con la historia, nos disponemos a entrar en el agua. Todas de una manera sincronizada, organizada y disciplinada comenzamos a nadar por una esquina de la piscina para calentar. Las entrenadoras desde el borde nos empiezan a corregir la técnica y seguidamente comenzamos a entrenar por partes la coreografía. Yo era reserva de equipo libre, así que la entrenadora me mandó sola a hacer enteros de combo mientras las demás entrenaban el equipo. Sola en medio de la piscina, miraba a mis compañeras y deseaba con todas mis fuerzas estar dentro de ese equipo. Ya sé que sólo tenía 17 años y que ni siquiera estaba en una competición de mi categoría, pero yo soy muy ambiciosa y competitiva y quería estar ahí, no me valen los “consuelos de tontos”.

Acabó el entreno, nos cambiamos y nos montamos en el bus vuelta al hotel. Eran las 12:00h del medio día, llevábamos desde las 7am en planta y desde las 8am en el agua. Fuimos a comer y en el descanso de las niñas yo me fui a la piscina. Normalmente la entrenadora me lo recordaba, pero ese día le dije, “voy a la piscina, nos vemos a la tarde”. Ella sonrió, por fin vio que salía de mí ser mejor. Siempre estaba sola en la piscina del hotel, ni compañeras ni entrenadoras, pero no me hacía falta, yo quería ser mejor cada minuto de mi vida.

Pasó un par de días con entrenos en la piscina de competición y era hora de la inauguración. Increíble, jamás había visto nada igual, que maravillosos eran los chinos y su presentación, me encanto demasiado. Desde ese momento daba por iniciado el Campeonato del Mundo y al día siguiente competíamos en equipo técnico.

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Si os digo la verdad, me llevé muchas broncas por ser novata y no hacer el trabajo bien. Ya sé que era nueva y hay cosas que se aprenden con la experiencia, pero yo no podía permitirme ni un mínimo fallo. Había luchado tanto por estar ahí, aguantando tantos comentarios de “no eres buena, no vales para este deporte”, “los resultados no importan, tú no encajas en el equipo” y tantas cosas así que tenía que ser perfecta en todo.

Os cuento algo que me ocurrió por culpa de no estar atenta:

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"Estábamos entrenando el equipo técnico, yo me dedicaba a corregir desde el agua que la posición estuviera correcta, a un despiste mío que la entrenadora se agachó y me dio un golpe en la cabeza con su mano. “¿Estás aquí o allí?, ¿quieres irte a Sevilla?”, el guantazo me dolió, pero más de dolieron sus palabras y mi despiste."

Acabó el entreno del agua y había que prepararse, nos dirigimos a otra sala dentro del recinto donde había una piscina de entreno, donde podías entrenar, aunque hubiera gente compitiendo. Se suele usar también para estar calentadas por si hay mucho tiempo desde que terminamos de entrenar en la piscina de competición hasta que nos toca competir.

A peinar, maquillar, comprobar que el bañador estuviera bien y que tuvieran las pinzas de la nariz controladas, momento de visualización, pase en seco con la música, grito en grupo y a la guerra. Ahí estaban mis compañeras, a defender nuestro equipo como ellas sabían hacerlo. De reserva junto a otra compañera nos quedamos fuera esperando a su ejercicio.

Salieron y nadaron de una manera fantástica, como siempre se ha visto en ese equipo, la garra de las españolas estaba presente ahí, y efectivamente obtuvieron su tercer puesto en la preliminar. Yo estaba loca, quería nadar, nadar y nadar. ¡ME PODÍAN LOS NERVIOS!

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Así pasaron los tres primeros días de competición donde salió el solo, el dúo y el equipo, al cuarto día era mi turno. La noche anterior no pude dormir, el cansancio que residía en mi cuerpo se manifestaba con dolor fuerte, me daban calambres y notaba pinchazos en las piernas, nunca había experimentado ese cansancio, solo quería dormir por 5 años seguidos. Por otro lado, no pude dormir pensando en que era la hora de tirarme a la piscina. Cerraba los ojos forzadamente a oscuras y solo veía aquellas gradas llenas de gente y yo en el agua ejecutando el ejercicio como un auténtica Gemma Mengual.

06:00am, suena la alarma y yo ya estaba en pie.

Desayunamos, nos montamos en el bus y paramos en la piscina. Al agua, a entrenar. Repeticiones y repeticiones. Estrés en estado puro. Eso me cogió fuera de banda, no imaginaba que todo fuera a la mínima, 10.000 ojos, 10.000 oídos son pocos para ese momento. Indicaciones de las entrenadoras, choques en la piscina con otros equipos, patadas, manotazos, gritos y ruido, muchos ruidos hacían que más que una piscina pareciera un evento de Boxeo.

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Acabamos el entreno y nos fuimos a nuestro espacio de descanso, nos pusimos el bañador, nos peinamos, nos maquillamos y pasamos en seco.

Caminamos por el pasillo hacia la piscina oficial, iba tapada con el albornoz y el gorro puesto, me sentía una boxeadora de élite saliendo por el pasillo hasta llegar al Ring. Probablemente era lo mismo, ya que yo iba a pelear por la medalla de oro.

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Dejamos todo, toalla, chanclas y los albornoces para esperar nuestro turno. Estábamos en la cámara de salida y oíamos la música del equipo que estaba compitiendo, (quiero hacer un inciso y es que, no solo se compite cuando la música suena en la piscina, desde que te montas al avión para ir ya estás compitiendo. Tienes que ser profesional en todos los aspectos, y si lo 

eres, cuando suene la música irás seguro y darás de ti el 120%), volviendo a la cámara de salida, yo ya me había puesto las pinzas 4 veces, tenía esa manía entre otras antes de salir a nadar. El corazón me iba a mil por hora y mi respiración era intensa, notaba como el aire entraba y salía, como mi pecho se hinchada y deshinchaba. Nuestro turno, caminamos hacia el principio de la plataforma, cada una en su orden de fila. Terminaron de dar la puntuación al equipo previo, entonces sí, era nuestro momento, el momento de defender a España.

Tercera parte - Debutando

Me sentí encerrada en un cuerpo, como dentro de una máquina. No podía dejar de pensar y asimilar el momento en el que me encontraba. A unos segundos de salir a competir, se me olvidó toda la coreografía.

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“¡Uf, espera, espera!, maldición, ¿cómo tenía que empezar?”

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Mientras los segundos corrían, yo estaba en blanco, no tenía visión de donde me encontraba. Miré a una gran pantalla que había en la piscina, a mi derecha y sin saber qué demonios iba a hacer, salimos.  Estaba tan paralizada que incluso cuando comenzamos a andar me confundí de pierna. “Empezamos bien”, pensé, y continué andando. 

Iba detrás de Thaïs siguiendo sus pasos, mirando sólo su cabeza, sin dejar que esos cientos de personas me intimidaran más de lo que ya estaba. (Recuerdo que ese camino duró mucho tiempo, y como podéis ver en el video que os dejo abajo, fue muy rápido).

Cogí aire y me tiré al agua. Noté como cada parte de mi cuerpo iba mojándose al entrar a la piscina, mi visión cambio a borrosa y mi cuerpo entró en frío. Nadé un par de brazadas hasta colocarme en la posición de inicio. “Pam pam”, indicó Clara y todas sincronizadamente sacamos nuestras cabezas del agua y nos tumbamos hasta formar un circulo. Miraba a mi compañera de enfrente, intentando sonreír, pero mis labios no dejaban de temblar.

Led Zeppelin dio alma a esa piscina. Comenzamos nuestra rutina, comencé mi debut. Aun no recordaba nada de la coreografía, pero a medida que Starway to heaven iba sonando, mis movimientos salían automáticos. Después de 3 meses de entrenos con el equipo nacional absoluto, aprendí a mecanizar de manera extraordinaria todos los movimientos. Seguían corriendo los segundos, y yo sólo pensaba en ser la mejor. No iba a tener ningún fallo, ya estaba todo entrenado. En una de las partes, una de las compañeras me dio una patada y me hundí.

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“No, no, no, mierda, Sara sube, ¡sube ya!”, y continué nadando como si nada hubiera pasado. Lo pasé mal, pero lo solucioné al momento. Prueba de fuego, seguimos.

Llegó mi parte preferida de la coreo, donde la música nos daba ese plus de energía. “¡VAMOS!” Miraba a los ojos de los jueces, feliz de estar ahí y feliz de pertenecer a ese equipo. Andrea hacía su solo, y tan solo quedaba el punto final, el gran final. Durante la última figura de piernas, pensaba en dar todo lo que tenía dentro de mí.

Acabó. No me di cuenta. Tristemente había estado tan concentrada en hacerlo perfecto que no disfruté del momento. Nadamos hacia la pared, saludamos a las entrenadoras y subimos a la tarima a esperar puntuaciones. Terceras, íbamos terceras detrás de China.

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Recogimos nuestras cosas y fuimos a la piscina de calentamiento, para nadar y soltar un poco el lactato. Después tuvimos reunión y en una de esas la entrenadora me dijo que pidiera disculpas a todas mis compañeras por haberme hundido tanto en una parte. Llevaba razón, me hundí e intenté reaccionar rápido, pero al parecer no fue suficiente. Qué vergüenza, no lo había conseguido disimular y me sentí fatal. “Lo siento chicas, no volverá a pasar”.

Llegamos al hotel cuando sin cenar le dije a la entrenadora que me iba a la piscina a entrenar, había tenido un fallo y apenas tenía hambre, solo quería estar en la piscina repitiendo toda la coreografía.

Me tumbé en la cama, llevaba días sin hablar con mis padres, pero me sentía tan agotada que no tenía ganas de coger el teléfono. Mis piernas eran un campo de minas, había explosiones por todo el perímetro. Estaba realmente cansada, apagué la luz y cerré mis ojos hasta la mañana siguiente.

Final de equipo técnico, las chicas iban terceras y tenían que defender el puesto. Fue un día de auténtico estrés. Repetir, repetir, y repetir. Otra vez, y otra y otra. Horquillas para el moño, gelatina para la cabeza, maquillaje, altavoz para repasar en seco, hielo para calentar músculos y a por la final.

“Prepared team number 8, Spain” y salieron. Una coreografía defendida, bien nadada y con resultados. Terceras del mundo en equipo técnico. Felices, fueron a cambiarse para la entrega de medallas, y yo también fui a vestirme para la ocasión. Chándal formal, zapatillas de deporte y el dorsal para salir al podio.

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“¿Dónde vas?, ¿sabes que hay mucho que recoger en nuestro sitio?, cuando acabe la entrega de medallas lo quiero todo limpio”. Y así, la entrenadora me mandó a recoger todo el apartado de España.

Desde una pantalla gigante y mientras recogía horquillas, papeles y toallas del suelo veía como mis compañeras recibían esa medalla de bronce. No podía contener mis lágrimas, había trabajado mucho, era reserva y me veía ahí. Recogí rápido para poder ir al baño a limpiarme la cara antes de que vinieran mis compañeras.

“Felicidades chicas, se lo merecen”, dije a las niñas, y así nos fuimos al hotel.

Al día siguiente era la final de Combo, volvía a tirarme en aquella piscina, y esta vez estaba dispuesta a disfrutar del momento. Entrenamos esa mañana con el estrés característico de la competición, comimos al medio día y a las 16:00h dio comienzo la final de combo.

Sentía los nervios desde el corazón, quería esa medalla y estaba dispuesta a desmayarme del esfuerzo ahí dentro.

Teníamos una buena lista de salida, todas las buenas delante y únicamente estaba Canadá detrás nuestra, a un punto en la semifinal de nosotras. ¿Qué podía salir mal? Allá vamos, “Preparado combo número 11, España” y comenzamos a andar.

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Esta vez la sensación era diferente, estaba nerviosa pero ya había nadado en aquella piscina, para tanto público y bajo la presión del evento.

“Disfrútalo Sara, quien sabe que puede pasar después”, y así fue.

Esta vez lo disfruté más, me cansé mucho recuerdo, pero di todo de mí en esos 4 minutos. A medida que iba acabando la coreografía iba asimilando esas gradas llenas de gente, conseguí ver mientras competía donde me encontraba y eso me hizo muy feliz. Última patada bajo el agua y salimos en círculo. Ahí acabó mi competición, con tan solo 3 meses en el Centro de Alto rendimiento, había conseguido llegar a un Campeonato del Mundo tan solo siendo 2º año Júnior. Eso me motivaba mucho, si en ese tiempo había conseguido eso, nada era imposible con trabajo. Lucharía por cada competición, por un puesto fijo en el equipo.

Fuimos a la piscina de calentamiento a nadar para relajar, mientras Canadá en último lugar, cerraba la competición. Miré un segundo a la pantalla y lo único que vi fue

“Canada RK 3”

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No podía creerlo, nos habíamos quedado fuera del podio. Fracaso, auténtico fracaso para mí. Lloré tanto, me sentía en un pozo oscuro, de veras, no podía creerlo.  El resto de día lo pasé en silencio, sentí que defraudé a mi familia, a mi club y a mí misma. Cuando llegué al hotel, me senté con mis compañeras a cenar, pero no comí un solo bocado. Después de ese rato, fui a llamar por teléfono a mis padres. No me atreví a estar mucho rato, solo quería saber que ellos estaban bien.

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Apagué la luz y me dormí.

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Adiós China

6am.   

Nos levantamos, era el último día de competición, final de equipo libre. Me sentía realmente desanimada, pero no podía reflejarlo, ya que ellas competían por última vez y tenía que haber el mejor ambiente posible.

Mientras pasaban en seco, yo recogía toda la piscina, las ayudaba a llevar sus botellas de agua y sus toallas. Cámara de salida, desde la otra parte de la piscina estábamos las dos entrenadoras, mi otra compañera suplente y yo. Energía positiva, todo saldría bien hoy. Y así fue. Se proclamaron terceras del Mundo en equipo libre. Siento decirlo, pero no me sentí feliz, más bien muy triste, ese resultado me daba mucha envidia y me apenaba.

Fuimos a cambiarnos para la entrega de medallas, yo ya había recogido todo nuestro espacio y me dispuse a subir al podio con ellas. Estuvimos en la sala de espera, mientras los voluntarios nos ponían los dorsales.

En ese momento, pensé que no todo iría bien, pero yo estaba ahí, era reserva e iba a subir al podio. Bajo el chándal oficial, llevaba un polo extraoficial. Era de una equipación de años atrás, con una talla muy grande y de hombre. Mi entrenador de Sevilla, me pidió que llevara ese polo, era muy importante para él. Así fue, me puse el polo de Manolo Peñaloza, árbitro a nivel internacional, amigo y familia de mi club. Manolo falleció meses atrás por cáncer, era y es un ser querido por todos los que hemos podido disfrutar de su presencia. Manolo debió estar en esa competición, y por la parte que me tocaba, él estuvo ahí arriba.

En fila ordenada, nos dirigimos al podio y nos situamos detrás del escalón. Ese momento fue impresionante, fue algo extraordinario. Ahí estaba, en un podio mundial y orgullosa de haber defendido los colores de mi país.

Third classified and bronze Medal, Spain, pusimos pie derecho y subimos levantando los brazos. Qué sensación, no puedo explicar con palabras, solo os diré que fue unos de los momentos que llevaré siempre en mi corazón, un momento mágico. Me tocaba a mí, me incliné, agaché mi cabeza y recibí esa medalla de bronce. Apreté la mano de esa persona y le di las gracias.

Una ráfaga de recuerdos y personas pasó por mi cabeza, mi familia y mi club de casa. Los entrenos desde que empecé a nadar hasta que llegué al CAR. También me acordé de todas esas personas que me dijeron que jamás llegaría a nada. Gracias, fueron un gran impulso que me motivó a trabajar para que me encontrara ahí entonces. Esa medalla iba dedicada a todas las personas que quería, y a las que me dijeron que no haría nada nunca.

Esperando a la entrega de medallas de los dos equipos superiores, miré a mi izquierda. Entonces mi semblante cambió, y mi corazón latió fuertemente. Ahí estaban las entrenadoras, mirándome con cara de enfado y gesticulando con su boca y sus manos un “¿Qué haces ahí?”.

Ya sabía que algo malo se avecinaba, y entonces dejé de disfrutar ese momento. Bajamos del podio, teníamos que dar una vuelta a la piscina enseñando las medallas, atendiendo a los medios y saludando a los familiares. Acabo la vuelta cuando las entrenadoras me pararon.

“¿Por qué has subido ahí?, no te mereces eso, dame la medalla, no es tuya. Puedes quedarte con el peluche si quieres”. Y así, pasó. Le di la medalla y me fui al baño. Ese baño fue mi rincón de llorar, lloré mucho durante esa competición y eso fue lo culminante. Mientras las chicas y entrenadoras se hacían las fotos oficiales del equipo en la piscina con las medallas yo seguía en el baño.

Acabó esa atención a los medios y sin despedirme de nadie me fui a coger mi avión. Estaba tan enfadada con las entrenadoras que las odié. No quise decir adiós, aun sabiendo que en un mes tendría que volver al centro para entrenar con ellas.

Encerrada en una de sus cabinas y sentada en el váter, tenía miedo y no quería salir de ahí. No me hice ni una sola foto, estaba demasiado triste y mi cara estaba roja, hinchada y con lágrimas. Después de 20 minutos ahí me fui a recoger las maletas y los bultos del equipo de música. Mientras mis compañeras celebraban la victoria, sin querer mirar al frente caminé hacia el autobús para volver al hotel. No cené.

Las chicas se disponían a salir aquella noche de fiesta, después de dos semanas intensas se lo merecían, yo por el contrario me fui a dormir. Llorando, por supuesto.

A la mañana siguiente, noté el desprecio o enfado de las entrenadoras hacia mí. Un viaje de más de 14h sin hablar con nadie. Solo quería llegar al aeropuerto y coger el avión con destino a casa. Llegamos al aeropuerto del Prat, en Barcelona y después de recoger las maletas salimos a la zona común y allí estaban las familias, los medios de comunicación y prensa. Hicieron fotos con las medallas y preguntas a las líderes del equipo.

Volviendo a casa

Estaba confundida y nerviosa. “Tendría que haberme despedido, lo tendría que haber hecho. No me volverá a llamar”, me repetía una y otra vez en la puerta de entrada al avión, pero estaba tan dolida que mi pensamiento paralelo me frenaba y me recordaba que me daba igual volver ahí con esas personas. Sentada por fin, tan solo quedaba una hora para descansar cuerpo y mente en mi hogar. Estaba sola y después de 4 meses iba a ver a mi familia. Aterricé. Como un flan y con el corazón a mil me dispuse a salir por la puerta del aeropuerto. Pancartas, medios de comunicación, todo mi club y mi familia me esperaban ahí con cánticos de victoria, y con lágrimas en los ojos me tiré en los brazos de mis padres.

Por primera vez en mi vida tuve que atender a los medios de comunicación de una manera profesional, dialogando y haciendo fotos “con la medalla”.

“Sara, póntela al cuello, te sacamos foto”- dijo un profesional, y ahí vino mi gran mentira, la cual, excepto mi familia nadie supo nunca.

“Me la he olvidado en Barcelona” - dije. No podía decir la verdad, quería seguir en el equipo. Eso sería un golpe duro y conflictivo para la entrenadora, y un motivo para que no volviera a contar conmigo, nunca más.

Entré a casa, dejé el móvil en el salón y fui directa a mi habitación. Después de tanto tiempo, descansé en mi cama. Imagino que os ha pasado, pero ¿no es entrañable cuando rescatas los olores de tu infancia? Estaba tranquila, al fin.

A la mañana siguiente, María del Mar, mi entrenadora me comunicó que el alcalde se Sevilla quería verme. Haría una recepción en el Ayuntamiento para aparecer juntos frente a los medios de comunicación. Fue un hecho único en ese momento, ya que ninguna andaluza había conseguido ir a un campeonato del mundo en esta disciplina deportiva, y mucho menos obteniendo títulos en dicha competición.

“Mary, ha pasado esto, no tengo nada”, se lamentó por mí, me preguntó que ocurrió allá. Mi voz temblaba a medida que le iba contando, y calmándome el sofocón me propuso llevar las dos medallas de plata que había ganado en el mes de junio, con el equipo nacional en el Europeo Junior.

10am, nos vimos en la puerta del Ayuntamiento mis padres, mis entrenadores y yo, además de los periodistas. Entramos en el edificio y nos hicieron una ruta para verlo. Quedamos sorprendidos, fue como entrar en un mundo antiguo. Llegó el momento y acomodándonos en una sala nos vimos con el alcalde de mi preciosa ciudad. Después de una presentación a los medios con él, demandó una foto mis medallas del mundial, pero obviamente, les volví a mentir comentando que me las olvidé en Barcelona. Aun así, llevaba las otras dos del Europeo Júnior que gané un mes antes.

. “¡Cómo te olvidas algo así! – exclamó. Mi mirada se cruzó con la de mi entrenadora y antes de acabar pálida, ella respondió por mí. “Los nervios, seguro que las dejaría en la mesa de su habitación con los nervios”- tragué saliva, y de esa manera cerró el debate.

Terminamos aquel acto y salimos del Ayuntamiento. Aprovechando que estábamos juntos, fuimos a tomar algo a un bar. Les empecé a contar mis vivencias del mundial con todo lujo de detalles, quedaron extremadamente sorprendidos, “siento que en vez de disfrutar lo hayas pasado así, pero si quieres volver a ese equipo deberás mantener silencio” – dijo mi entrenador, Alfredo.  

Y así lo hice hasta hoy, aun estando enfadada y teniendo pensamientos de “no quiero volver”, mantuve silencio. Por mucho que negara en ese momento, yo tenía un sueño y me encantaba estar en mi medio de vida. Al fin y al cabo, poder disfrutar de lo que te apasiona siempre nos agrada.

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Haciendo un inciso, quiero comentaros que el blog no aparece ni un 30% de mi vida deportiva, pero quiero compartirlo con ustedes, y empiezo por los puntos más relevantes de esto. Si todo va bien, algún día podré contaros con todo lujo de detalles. Deciros que también estoy encantada de responder a preguntas o inquietudes por vuestra parte, así que, escribirme sin pudor, respondo feliz.

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Volviendo a la historia, ya era libre. Tenía un mes completo para poder desconectar de la sincro y aprovechar tiempo con mi familia como una persona “normal”.  Pasó casi el mes cuando recibo una llamada, y en cuanto vi el nombre que aparecía en la pantalla casi me dio un infarto.

“Hola Sara, ¿que tal las vacaciones?, espero que hayas desconectado. Te llamo para que sepas que esta temporada no vuelves al CAR, es año olímpico y tú eres júnior, tienes competiciones de tu categoría. Sigue entrenando duro y nos vemos dentro de un año en Barcelona”.

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Cuando esa mujer colgó el teléfono, fui a mi madre y le dije:

“Mamá, ya no me quiere para el equipo”, la seleccionadora jamás dijo ni una palabra de “no te quiero”, pero eso es lo que sentí.

¿Qué podía hacer?, se avecinaba un año difícil. Después de estar en la élite, me sentía mal por volver al club. Que injusta fui, no quería volver a mi hogar, donde me habían enseñado todo sobre el deporte, pero así era.

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Descansé los últimos días de verano y comenzó una nueva temporada.

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